sábado, 23 de julio de 2011

Una visita al Infierno antes de morir. (Parte Tres)



Tan pronto entramos, se pusieron de pie 2 reclusos dentro de la celda, mientras me preparaba para defenderme con el poco valor que me quedaba, escuché la reja que se cerraba a mis espaldas. Sabía que estábamos a merced de quién sabe quiénes y cuántos, no podíamos escapar a ningún lado ya.

Uno de los que se levantó nos dijo a cada uno con voz alta y firme: “¿tú nombre carnal?”, respondimos. En medio de la oscuridad de la celda, usó un encendedor para alumbrarse el brazo; tenía dos nombres anotados y dijo con voz más tranquila: “no, no son esos hijos de la chingada”. Alguien más gritó:”siéntense donde puedan carnales, no les vamos a quitar nada”. Es muy probable que haya sido una de las frases más tranquilizadoras que he escuchado en mi vida.

Me senté en el piso, me recargué sobre lo que parecía una cama de lámina. Poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad y pude distinguir 4 literas de lámina pegadas a los muros laterales, 2 de cada lado. La celda –“cantona” de aquí en adelante- medía aproximadamente 2.5 metros de frente por 3 de largo. Esa noche de nuestra llegada éramos 10 adentro de nuestra cantona. En una esquina había un excusado, tapado, casi rebozando el excremento, en la otra esquina un pequeño espacio que se usaba como regadera y para orinar. Ya no salía agua, ni en la regadera, ni en el excusado. El olor de la mariguana de 2 “carnales” lograba disimular el asqueroso olor del excusado y los orines.

De pronto nuevamente se abrió la reja de la cantona y entraron dos más. Se puso de pie “George”, el de los nombres anotados en el brazo, antes de que pudiera decir nada, uno de los recién llegados gritó hacia uno de las literas superiores:”a ver hijo de tu puta madre, te me bajas de ahí en fa’ o te bajo a putazos…¡órale cabrón!” el sorprendido carnal que estaba acostado en esa litera se bajó rápidamente ante la órden. Todo el mundo quedó callado y se subieron a su litera los “nuevos”. “George” le preguntó al agresivo “¿eres El Chiquis?” – “¿qué te pasa hijo de tu puta madre?” respondió gritando desde su litera –“¡tranquilo wey! Soy “El George” ¿no te acuerdas de mi? Ya estuvimos en *C.O.C.” 

*Centro de Observación y Clasificación. La primer zona que pisas en un Reclusorio es INGRESO –donde nos encontrábamos- después pasas a C.O.C. y cuando te dictan sentencia te trasladan a POBLACIÓN, una pequeña ciudad dentro del Reclusorio que dicen que actualmente alberga aproximadamente ocho mil…el Reclusorio fue diseñado para dos mil reclusos.

“’¡Ah neta! No te reconocí carnal” respondió amablemente “El Chiquis”. Intercambiaron frases, algunas anécdotas y cigarros de mariguana. Mis pensamientos estaban con mi esposa, mi hijo y la vida que acaba de dejar para siempre, me rodaban en silencio las lágrimas. “¿Está cansado?” preguntó “El Chiquis” al “George” refiriéndose a mi desde lo alto de su litera. Mi cuerpo se tensó de inmediato y me preparé para todo. “Acaban de llegar también” dijo “George”- “están chidos tus tenis…déjame verlos” 

*Una de las primeras cosas que te quitan –por la buena o por la mala- en un Reclusorio son los tenis en buen estado, sobre todo si son de marca. Es muy común que pasen por varios reclusos antes de llegar a su “dueño” final, pero…yo no lo sabía. Los míos eran unos Adidas de 1,500 pesos, seminuevos)

Le aventé uno de mis tenis con seguridad y clavé mi mirada en ´”El Chiquis”. “¿Y a poco te aventarías unos fierros por ellos?” (¿Fierros? … ¿qué es eso? supongo que será dinero, quizás me los quiere comprar. Un dinero no me caería mal; pensé) “¡A huevo!” le respondí con tono de “no seas pendejo”. Me regresó mi tenis.

*1.- Después me enteré que los nombres que “George” tenía escritos en el brazo, eran de unos violadores que esperaban ser trasladados al Reclusorio esa noche y los estaban esperando para darles la “bienvenida”. 2.- “Darte unos fierros” quiere decir…pelearte. Sin saberlo, había mostrado una gran valentía –que no sentía, sino todo lo contrario- por haber confundido “fierros” con dinero.

No dormí. Ha sido la noche más larga, triste y amarga de mi vida. Sólo pensaba en la soledad de mi pequeño hijo de 6 años. ¿Quién jugará con él?¿quién lo llevará al médico cuando tenga fiebre?¿quién morirá por él trabajando, para llevarle lo necesario cada día?¿por qué Dios me está castigando de esta manera?¿qué hice para recibir eso? ¿cuántos años estaré aquí?. Pensé en el suicidio.

Mis pensamientos, mi miedo, los miles de moscos, el hambre y sobre todo el frío no me permitían siquiera conciliar el sueño 5 minutos. Rogaba porque amaneciera y no sucedía. “George” y “El Chiquis” se la pasaron platicando toda la noche y fumando mariguana. 

*El acento con el que hablaban era idéntico al usado en la película “Nosotros los pobres” de Pedro Infante, siempre había creído que lo habían exagerado para el filme, pero no, es real, así hablan dentro de un Reclusorio. 

Traía puesta una camisa de manga corta de algodón muy ligera, por más que trataba de evitarlo, temblaba del frío. La única frase que me repetí toda esa noche fue : “¿por qué?...¿por qué?...¿por qué?”

Se abrió la reja de la cantona y gritaron: “¡Orale cabrones ,al patio perros! ¡Pero ya hijos de su puta madre, aquí ya valieron verga!”

Bajamos a un patio que se asemejaba al de una escuela pública abandonada en pésimo estado. Aún estaba oscuro, pocas luces lo iluminaban. Un tipo defecaba a la mitad de la plancha de concreto, en medio de unos 300 reclusos que empezaban a reunirse en grupos, otros solitarios, otros en parejas con miradas feroces y clavándote sus ojos directamente a los tuyos, con una expresión de ira y reto.

De pronto escuchabas el impacto de unos puños en un cuerpo y alguien caía agarrándose la cara y en unos segundos le quitaban sus tenis o zapatos. Se repetía esa escena, 5, 6, 7…perdí la cuenta.

Me había equivocado; la cantona era un lugar seguro en comparación con el patio. La adrenalina empezó a subir por mi cuerpo, mis latidos, mi mandíbula se tensó y le dije a mi amigo: “aquí se va a poner de la chingada Noé, al primero que se nos acerqué sobre él o ellos, a matar, ya estamos adentro, chingue su madre si nos meten más años…a matar”. Mi amigo estaba en shock, sus ojos reflejaban el miedo de un niño a punto de llorar y casi le grite: “¡aquí no te me rajes cabrón! Necesito de ti ¡carajo!” él se agarraba la cabeza como intentando escapar de su realidad. Me sentía solo a pesar de estar acompañado. ¿Dónde había quedado ese tipo que me platicaba que se peleaba en su bar?¿dónde estaba aquél que había “descontado” a no sé cuántos por no querer pagar la cuenta?...se había esfumado, esa madrugada se había convertido en un infante que estaba a punto de gritar por su madre.

Para ese momento yo estaba furioso por la actitud de Noé. Estaba desencajado pensando: “Pinche hocicón, aquí es donde te quería ver cabrón cobarde”, mi enojó era tal que podía matar, iba a matar si fuera necesario.

Nos encontrábamos sentados, recargados en un muro del patio, titiritando de frío. Una pareja de reclusos nos clavó la mirada desde medio patio y se dirigía a paso rápido hacia nosotros, no parpadeaban; nuevamente sentí esa sensación de infinito miedo, pero al mismo tiempo había una furia dentro de mi mente que me gritaba: “antes de morir me voy a llevar a uno conmigo”. Dejé de parpadear, clave mi mirada en uno de ellos, sentía cómo una expresión de odio se apoderaba de mi rostro, más como una reacción extrema de mi miedo que de valor, debo confesar. A unos 2 metros de nosotros, uno de ellos abrió desmesuradamente los ojos , se detuvo repentinamente como si hubiera visto un fantasma, me señaló y dijo: “tú ya estuviste aquí…¡a mi no me engañas!”

(Continuará)

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