martes, 19 de julio de 2011

El camellero de Giza en El Cairo

 
Estar al otro lado del mundo no es poca cosa…y en un país árabe ¡menos! Pero no por ello, menos mágico y maravilloso. Debo confesar que de todos los viajes que he realizado por el mundo (he pisado los 5 continentes) Egipto es el único que llenó y súpero por mucho todas mis expectativas.

He estado frente a la estatua de la libertad, la torre Eiffel, la muralla China, el gran buda acostado en Tailandia, la Opera House en Australia, la pirámide de Kukul-Kan y nada…nada me había maravillado y dejado con la boca abierta como las pirámides de Giza. Por cierto, soy arquitecto.

Aquél día nuestro guía Usama, nos dijo que estaríamos 2 horas en las pirámides de Giza para después dirigirnos al lugar donde hacen los papiros. Me negué; le dije que no había cruzado el mundo para estar 2 pinches horas frente a la última maravilla del mundo antiguo de pie. Se molestó mucho, casi al borde de gritarme, me dijo que era parte del itinerario, que después iríamos al Museo del Cairo (donde se encuentra la famosísima máscara de TutanKhamun). Le dije que iría por mi cuenta y me respondió retadoramente: “esto no es occidente Mark, te recuerdo” a lo que reviré: “le he dado la vuelta al mundo por mi cuenta, siempre he vuelto a casa sano y salvo, sé cuidarme”. Me dijo qué autobús tomar para ir al Museo y ahí nos despedimos por última vez después de ser nuestro guía durante 12 días.
La fila de camelleros esperando turistas era larga, recién habían matado a 58 turistas en el templo de Hatshetsup, el turismo en Egipto se estaba al borde de la bancarrota. Ni qué decir de los humildes camelleros.

Debo decir que los egipcios humildes que viven del turismo son en exceso insistentes para que les compres o consumas sus productos, al grado de ser muy molestos para muchos turistas. La verdad es que a mi no me incomodaban tanto, más aún después de haber sido igual de insistente para que me vendieran una “shilaba” (especie de vestido para los hombres) por un precio más que justo. El regateo de los mercados ambulantes que hay por todo México, son una excelente escuela para quienes no somos ajenos a ellos, pero sobre todo, saber usar esos conocimientos (porque no decirlo) que nos brinda nuestra propia bellísima cultura mexicana en un país con ciertos paralelísmos como Egipto. Al verse abrumado con mi insistencia, el comerciante egipcio me sacó casi a empujones de su “changarrito”, hizo una seña y el resto del mercado –como por arte de magia- me dejó de insistir a mi. Unos amigos españoles que iban con nosotros me veían asombrados preguntándose cómo lo había logrado; “vengo de un país al otro lado del mundo con más similitudes que diferencias con Egipto” respondí.

Continúo con Giza y sus camelleros. Con tal necesidad de rentar su camello, logré un extraordinario precio y tiempo con aquel amable chico (unos 18 años calculo) . Nos daría una paseo por las arenas del desierto, y todo el tiempo que estuviéramos en las pirámides tendríamos el camello a nuestra disposición.

No pasó mucho tiempo cuando un hombre obeso, con una expresión agresiva se acercó al camellero; por su uniforme supe que era un guardia. Empezaron a discutir casi a gritos (el tono normal que usan los egipcios es elevado, a veces parece que discuten todo el tiempo) ambos. De pronto el guardia le dio un golpe en el rostro al muchacho, éste se inclinó un poco, metió la mano a su bolsillo y abrazó al policía dándole un beso en el cuello y metiéndole unos billetes en su camisa. El policía reaccionó tirándolo a la arena los billetes y sujetándolo bruscamente del brazo. Para ese momento mi esposa y yo estábamos estupefactos viendo aquella escena. No sé de dónde madres saqué valor y empecé a gritarle al policía: “¡Eyyyy! ¿qué rayos pasa? ¿por qué lo estás golpeando? Vengo con mi esposa en paz, no quiero problemas. ¡Voy a denunciarte al Ministerio de Turismo del Cairo!” (había leído en la entrada a las pirámides un aviso de reportar cualquier abuso al M. de turismo del que había una oficina ahí) Ante mis gritos y mi postura firme y molesta (la verdad es que supe que me estaba arriesgando, pero tenía que correrlo) el policía se disculpó, bajó la voz y me dijo: “es que estos muchachos abusan de los turistas, deseo saber si le cobró un precio justo” ¿pegándole cabrón? Bonita manera de investigarlo pinche abusivo, pensé. Le dije el precio que habíamos pactado y las condiciones, que nos dejará en paz porque se había portado muy amable el chico.

Lo levantó de la arena, lo sacudió, le devolvió su dinero y se retiró el guardia panzón.

La verdad es que quería su mochada, sí, al igual que en México, y al decirle el camellero que no alcanzada para “ponerse a mano” con el guardia, éste se enfureció y lo golpeó. Por eso después el muchacho le metió los billetes en su camisa, implorándole perdón.

Nos quedamos casi 6 horas admirando la zona de las pirámides de Giza. He visto ahí uno de los atardeceres más bellos e impresionantes que mis ojos hayan presenciado, quizás sólo comparables con los de las islas griegas. La temperatura de casi 45 grados no era un impedimento para sentirme vivo ante la grandeza de una de las obras de construcción más impresionantes del ser humano, que más que ponerte de pie, parece que te ordenan amablemente…

….caer hincado ante su infinita belleza.


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