jueves, 21 de junio de 2012

1º de Julia. Cuento




Es para lo que me alcanza, ¿me gustaría vivir en una mejor casa de huéspedes? Sin duda, pero de momento no tengo los recursos para irme de aquí. ¿Conozco otras casas de huéspedes? Sí, he visitado muchísimas, pero como dije antes, no me alcanza para quedarme en otras. Les cuento lo que ha sucedido en estos días. 

Bajé muy temprano a desayunar y me preguntó Julia, dueña de la casa y cocinera: “¿le gusta el platillo amarillo?”, “no le he probado, ¿qué es?”, amablemente me explicó. Ví otras dos ollas:“¿Y eso?”, -“platillo rojo y el de aquél lado es platillo azul”, igualmente me explicó lo que eran, cómo se preparaban y sus ingredientes, “pues así como me lo cuenta, se escucha que están deliciosos ¿los puedo probar?”. Hace muchos años alguien me dijo: “si no pruebas un platillo, no sabrás si te gusta o no, el aspecto es engañoso a veces, si no te agrada su sabor de aquí en adelante podrás decir que ya comprobaste que no te gusta”.

Doña Julia amablemente accedió y me dio una porción de cada uno. Para estar en un desierto a punto de morir de hambre, cumplían su función, pero nada más. “Y dígame doña Julia¿además de estos platillos hay algo más?”, “no, es lo único que se cocina aquí” respondió secamente, “a veces les mezclo uno con otro para darle un sabor distinto a la comida”, “¿y queda buena esa mezcla?”, “pruébelas”. Efectivamente el sabor medio cambiaba, pero tan malo como los originales en mi opinión. “Entonces ¿de cuál le sirvo?” me preguntó ya un poco desesperada; tenía dos caminos, quedarme con hambre o meterle algo al estómago: “deme un poco de cada uno, pero…por separado, mezclados no me apetece”

El mes siguiente leí en la cocina un letrero que decía: “Se les invita a todos los huéspedes a elegir uno de los tres platillos que se cocinan, ya que será el único que se servirá el resto del mes”, casi me infarto. 

No es de sorprender que la charla de todos los huéspedes era sobre el platillo que elegirían; discusiones, charlas, unos tratando de convencer a otros de que tal o cual era el mejor, que uno tenía tales o cuales ingredientes, que si su tiempo de cocinado era más práctico, que si para llenar el estómago era suficiente, que si en otras casas de huéspedes comían peor y que debíamos de aplaudir que al menos aquí podíamos elegir entre ¡tres platillos!, que si ya habíamos comido una semana del azul ¿por qué no cambiar al amarillo?. No pocas veces varios huéspedes estuvieron a punto de los golpes, dicen que otros más si llegaron a ellos. “¿Cómo rayos pueden llegar a eso?” pensé. Cada vez que me encontraba a otro huésped me trataba de convencer de que el platillo que a él le gustaba era el mejor y que debía de escogerlo yo también: “respeto tu opinión estimado, pero creo que no es algo que me agrade del todo”, respondía yo siempre. No pocas veces terminaba mis intercambios de frases, con una mirada de odio de parte del otro huésped. Empezaba a incomodarme. 

Una tarde, en una sobremesa me preguntaron: “¿al fin te has decidido?”, “sí” y continué, “opino que ninguno de los platillos que se cocinan aquí son de mi agrado, lo siento, me los como porque tengo hambre, no tengo de otra”, “¡pero tienes que elegir a fuerza a uno!”, me grito desesperada una bella huésped, otro más dijo,”si no escoges alguno, no tendrás derecho a quejarte de la cocinera” al tiempo que le pegaba en la mesa con el puño, “¿dejarás que otros decidan por ti?” me gritaba una anciana desde el otro lado de la mesa. “Perdón, damas y caballeros ¿qué tal si ustedes eligen el que más les agrade y a mi me dejan pedirle a la cocinera que los prepare mejor cada uno de los platillos?”, “¿qué dices?,¡pero es lo que hay! Tenemos que elegir a fuerza”, me grito alguien, “lo sé estimado, pero a mi ninguno me ha gustado, los he probado todos y me parece que tienen un sabor horrible, supongo que ustedes y yo tenemos distintos paladares, gustos por la comida, y tendremos distintas opiniones, la mía es que ninguno me gusta”, “¿quién dejo entrar a este huésped?” dijo señalándome una señora que estaba sentada a mi lado.

Me levanté de la mesa, y dirigiéndome a todos: “¿saben? Cada mes, del dinero que yo gano trabajando, PAGO el costo de esta casa de huéspedes, no vivo gratis aquí, me cuesta dinero igual que a ustedes. No puedo exigir que nos sirvan algo que no tenemos en la cocina, pero sí puedo exigir que con los ingredientes que tiene la cocinera, prepare algo mucho mejor que lo que prepara hoy. ¿Ustedes quieren conformarse con lo que les sirven? ¡adelante! Cómanselo, yo también haré lo mismo, pero cada vez que pueda, le exigiré a la cocinera un mejor sazón, mejor sabor, mejores porciones ¡porque pago por ello!¡tengo derecho a exigir porque pago! Ustedes también pagan y tienen derecho a exigir y a elegir lo que quieren comer, respetable. He visitado otras casas de huéspedes y la misma receta del platillo amarillo sabe mejor, la del azul también y la del rojo ¡ni se diga! ¿cómo le hicieron? ¡los huéspedes exigieron que se cocinara mejor! ¿ me tiene que gustar lo que ustedes se comen? ¡no!. Si yo viviera gratis en esta casa de huéspedes, entonces no tendría derecho a exigir nada, pero, ¡sí pago! Y mi pago me da derecho a exigir lo que considero que puedo exigir por ese precio. La cocinera seguirá preparando igual de mal los tres platillos si no le exigimos que los mejore.” 

Pasaron los días y llegó el momento en que los huéspedes elegiríamos . Dicen que ganará el platillo rojo, a mi me da igual, los otros dos saben igual de mal. ¿Qué elegí? Exigirle a la dueña que prepare mejor los platillos y le confesé que no tengo a dónde ir, que no puedo dejar de pagar la casa de huéspedes porque sería peor. Sólo me queda seguir asistiendo puntualmente a trabajar, mantener limpia mi habitación, asegurarme de cerrar bien la llave del agua de mi baño, ser amable con los demás huéspedes, dejar en la administración cualquier objeto que me encuentre para que lo reclame su dueño…

…y esperar que algún día, todos los huéspedes logremos que Julia, la cocinera y dueña de la casa de huéspedes, prepare mejor lo que nos comeremos el resto del mes.

Atentamente
Un huésped de México.


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